La vida es curiosa, cuando todo el mundo empezó el confinamiento yo me movía casi libre… no por gusto eso es cierto. Con el tiempo fui restringiendo mis movimientos, empezando realmente el confinamiento cuando otros empezaban a dejar de estar en él. No sé si me afectó. No con sistemas graves en todo caso. La alergia, sinusitis o «lo que sea» que no han sido capaces de diagnosticarme, me mantiene con mucosidad casi todo el año.
Suerte de trabajo necesario, cuando muchos lo pierden por confinamiento
Los que me conocen saben que la escritura no es más que una afición. Una vía de escape para esas tediosas jornadas de trabajo de poco nivel intelectual. Por suerte no todas lo son. Pero cuando repites el mismo esquema de programación, el mismo esquema de análisis, una y otra vez… la labor más intelectual es aburrida y tediosa. Otros días son creativos y la investigación obliga a fomentar el intelecto.
Presencial… hasta el convencimiento
Escribo por afición. Por suerte mi trabajo de análisis informático, en ocasiones de análisis forense informático, es en una empresa estratégica: distribución alimentaria. Mi labor, más que crear cosas nuevas, que en ocasiones también, suele ser localizar y arreglar los fallos de los compañeros. En especial aquellos que se dan cuando los programas ya están funcionando.
Por eso en los primeros momentos del confinamiento aún acudí a la oficina. Teníamos los medios, la mayoría de mis compañeros de desarrollo informático empezaron con el teletrabajo, pero persistían las dudas. ¿Aguantarían las redes pese al incremento de contracción en ancho de banda? ¿Soportarían las conexiones el tráfico de datos, voz, incluso vídeos de algunas reuniones? ¿Eran los nuevos portátiles lo bastante potentes como para sustituir a los ordenadores de sobremesa que quedaron olvidados en los despachos?
Mientras se resolvían las dudas nos turnábamos. Provisto de guantes (nos costó menos de conseguir que las mascarillas, y estas se dedicaron a la gente que estaba cara al público) y certificados por la empresa, partía una de cada tres semanas de casa a la oficina. Turnándome con dos compañeros una semana en la oficina y dos en casa. Usaba las mascarillas que yo tenía de bricolaje, pues nunca me fie del gobierno, FFP2 con filtro y cuando mi empresa las consiguió una de teflón encima.
Y así me moví al principio del confinamiento, cuando todos estaban en casa aislados, o como mucho salían a la compra. Curiosamente, cuando se terminaron las dos semanas de mayor cierre, se llegó al convencimiento de que la infraestructura sí aguantaba. Desde entonces el teletrabajo fue permanente, al menos en mi área, otros muchos compañeros no tienen esa suerte.
En mi caso todo lo que hago en la oficina lo puedo hacer desde casa. No manejo documentos físicos, no manejo mercancías, no uso dispositivos especiales… salvo en ocasiones muy puntuales y ninguna se ha dado desde el inicio de la pandemia en enero. Sí, en enero.
Haz lo que yo te diga, no lo que me puedo permitir
Una de mis principales preocupaciones son mis padres. Actualmente ya en los ochenta ambos, mi madre los cumplió en el confinamiento, eran población de alto riesgo. Más aún mi padre que a principios de enero ya estuvo quince días ingresado por neumonía, la primera de su vida que yo recuerde. ¿COVID-19? Podría ser, pero sin esos test que el gobierno se niega sistemáticamente a hacer no lo sabremos nunca. Las noticas de China eran preocupantes. Las oficiales, como aquí, falsas, las que me llegaban por otros canales… para escribir una novela o hacer una película. ¡Ah no!, que eso ya lo han hecho y el virus se llamaba Wuhan 400[1]. La diferencia era que mataba niños y no ancianos, supongo que porque así vendería más. O eso pensaban ellos. ¡Quien hubiera tenido esa inspiración, mi futuro es bastante menos cercano al real, aunque tenga puntos en común con este caos!
Por eso dejé de ir a verlos a finales de febrero. Y traté de convencerlos para que saliesen lo mínimo posible. Lo conseguí a medias. Salieron, pero menos, hasta que se suspendieron las fallas, haciéndoles ver que esto era serio. Ya que tenía que salir, realicé parte de sus compras durante el tiempo que las tiendas on-line de Consum y Mercadona estaban caídas. O no les prestaba servicio lo que es equivalente.
Al menos han sobrevivido, por ahora, que es más de lo que 50000 personas pueden decir.
Y seguimos confinamiento voluntario
Ahora que el teletrabajo es continuo, que Consum ha reabierto la tienda on-line y que sirve a nuestra zona, he estado semanas sin salir. Como mucho un breve paseo de unos cientos de metros hasta casa de mis padres. Y una pequeña visita al quiosco para entregar una devolución de Amazon, que por cierto aún no me han reintegrado el importe.
Faltos de test, ignorando si antes de la fecha oficial he pasado o no la enfermedad, mi intención es no exponerme más de lo necesario. No he tenido fiebre desde marzo, pese a que varios compañeros le han pasado en esas fechas. Mi último periodo de enfermedad, con muchos mocos y apenas décimas, fue a finales de enero. ¿Soy inmune o aun no? No lo sé, y mientras no lo sepa procuraré exponerme lo menos posible.
[1] Novela «En los ojos de la oscuridad» de Dean Koontz publicada en 1981.
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